PARIS, TEXAS: O EL OLVIDO COMO LIBERTAD.

Por Jaime Valladares

“Y si quieren saber de tu pasado, es preciso decir una mentira: di que vienes de allá, de un mundo raro, que no sabes llorar, que no entiendes de amor, y que nunca has amado”

(«Un mundo raro», José Alfredo Jiménez).

Que el olvido implique libertad, en ningún caso significa liberación. Wim Wenders, en su película de culto del año 1984, “Paris, Texas”, aborda esta relación con una elegancia y delicadeza magistral. Y así nos presenta a un hombre que camina con la mirada perdida por el desierto de Texas, olvidando incluso quién es, de dónde viene y a qué lugar último conducen sus itinerantes pasos. Su hermano acude en su búsqueda, lo encuentra, y pronto, a medida que va recobrando la memoria a través de fragmentos de su pasado, vamos conociendo su historia y nos enteramos que en algún punto abandonó a su esposa e hijo. Pero la verdad es un ejercicio de recuerdo, y nuestro protagonista ha querido olvidar, porque en el olvido, reside la libertad.

Pero los acontecimientos del pasado se arrumban en los cajones del alma. Y así descubrimos que el hermano junto a su actual esposa se ha hecho cargo del cuidado de su hijo, pues la madre de este, también lo abandonó. Y comienzan a volver las imágenes, las alegrías y dolores. Wim Wenders, con una magistral genialidad, introduce una nueva capa, un nuevo viaje dentro de este viaje, aunque esta vez más personal: padre e hijo van retomando el contacto e inician un recorrido para reencontrar a la madre, a la esposa que en algún punto abandonó y quien también se abandonó al olvido, porque es sabido que el olvido implica libertad, pero no liberación.

Quizás los escritores del movimiento beat, impulsados por un irrefrenable deseo de libertad que los llevó a deambular entre carreteras y personas, entre el jazz de Bird, rancheras mexicanas y bares perdidos, pueden enseñarnos sobre la búsqueda última de aquel escurridizo concepto: al fin y al cabo, después de arrojarse hacía la carretera, el viaje último consistía en  volcarse hacia el interior. Bien nos habló de esto el poeta Gary Snyder mediante la voz de Kerouac en aquel hermoso libro titulado los “Vagabundos del Dharma”: la sabiduría de la montaña y la belleza del silencio bajo un cielo estrellado; la simpleza de un Haiku japonés o sentir la existencia de un otro sin mediar palabra alguna.

Y así volvemos a nuestra historia. Porque también hay un París en Texas. Y nuestros personajes luego de aquel viaje exterior a través de las carreteras norteamericanas comienzan el viaje definitivo, aquel que suele venir envuelto en dolor, porque como bien dijo el santo errante que fue Kerouac, al fin y al cabo, todo termina en lágrimas.  

Pero es entonces, en ese preciso momento, cuando se produce la alquimia del aprendizaje; y la apariencia de libertad cae como un viejo telón, para dar paso a una de las escenas más significativas de la película, que es el encuentro entre aquellos que en un momento se quisieron, y luego, decidieron olvidar.

“Paris, Texas” se ancla en algún lugar del alma, junto a sus personajes, su música y lugares, presentando la vida misma desnuda bajo el abrasador sol de Texas, sin demasiados adjetivos ni juicios de valor, porque olvidar es humano, y querer recordar también.  Y en el medio, tal vez florezcan las flores de la libertad.

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